La tristeza es una emoción básica adaptativa
“No quiero estar triste porque me da miedo caer en una depresión”. He oído esta frase demasiadas veces en consulta, porque el problema no es la tristeza, sino el miedo a la tristeza.

Cuando tenemos miedo a una emoción, sea la que sea, intentamos defendernos o huir de ella, reteniéndola, bloqueándola, ignorándola, haciendo como que no está… Y de esta forma la hacemos mas intensa y/o más grande. Porque las emociones tienen una función comunicadora: aparecen para entregarnos un mensaje; para señalarnos una necesidad que tenemos pendiente de cubrir. Cuando les abrimos la puerta y recibimos su mensaje, las emociones dan por cumplido su papel y se van. Mientras nos esforzamos en mantener la puerta cerrada, las emociones se quedan ahí, insistiendo y llamando con más y más intensidad para hacerse oír.

Esta experiencia es muy común porque vivimos en una cultura que ensalza la felicidad individual, entendida como éxito, alegría, rendimiento, juventud y belleza. Sentimos una especie de mandato que deja en la oscuridad experiencias tan útiles como la tristeza, la rabia, el miedo y el dolor. Las psiquiatriza y, en demasiadas ocasiones, las medica. Ante nuestra incapacidad para sostener la tristeza (tanto la nuestra como la de los que nos rodean), le ponemos la etiqueta de depresión y la anestesiamos con antidepresivos para “pasar página” lo antes posible. Mientras tanto, otras depresiones nos pasan más desapercibidas y quedan sin atender.
¿Por qué es útil la tristeza? ¿Para qué sirve? Para empujarnos a sentir y llorar el dolor de una pérdida. Por eso nos hace sentir abatidos y nos lleva a recogernos en nuestro refugio. Es un estado que aparece como respuesta a una situación en la que sentimos que hemos perdido algo o alguien: la muerte de un ser querido, la ruptura de la pareja, la muerte de una mascota, un fracaso, un suspenso en un examen, un despido, una decepción, una mudanza…. La intensidad y duración del dolor y de la tristeza no depende de la gravedad objetiva de la situación, sino de la relación que habíamos establecido con aquello que hemos perdido. Por eso a veces negamos a otros y nos negamos a nosotros mismos la oportunidad de llorar porque “no es para tanto”. O a veces incluso porque no nos podemos imaginar que podamos sentirnos así de tristes por perder una expectativa de algo que ni siquiera ha existido aún.
Entonces, ¿cómo reconocer cuándo la tristeza ha dejado de ser adaptativa?
Es cierto que en determinadas circunstancias las emociones pueden dejar de ser adaptativas. Por ejemplo, cuando nos sobrepasan o las ignoramos durante demasiado tiempo. En esos casos, nos dan señales en forma de malestares o síntomas diversos. Puede que sientas que te has quedado “atascado/a” en la tristeza. O en un estado letárgico, sin energía, decaído/a. Quizá no tienes ganas de hacer las cosas que antes disfrutabas, o si las haces, ya no las disfrutas. Puede que te sientas incapaz de salir de la cama o del sofá, de ir a trabajar, de jugar con tus hijos. Rindes menos; te cuesta tomar decisiones. Tal vez has perdido el apetito y algunos quilos. O te cuesta conciliar el sueño, o te despiertas en mitad de la noche o demasiado temprano. Puede que tengas pensamientos muy duros sobre tí mismo/a. Quizá te sientas solo/a o desesperanzado/a. Llevas un tiempo sintiéndote así la mayor parte del día, pero no sabes muy bien por qué.

Cuándo pedir ayuda profesional?
Sentirnos escuchados, “vistos” y conectados con otras personas es la manera más eficaz que la naturaleza ha previsto para regular nuestras emociones. Por eso, si crees que tu malestar ha dejado de ser adaptativo pero sientes que no puedes contar lo que te pasa, y tratas de silenciarlo o esconderlo, o lo cuentas pero no te sientes comprendido/a, es el momento de acudir a un/a psicólogo/a con el/la que puedas establecer un buen vínculo terapéutico. Contacta conmigo y te ayudaré a entender lo que te pasa, por qué te pasa y para qué te pasa. Nos aliaremos con esa parte de ti que quiere estar bien a pesar de esa otra parte que ha perdido la esperanza.
Los psicólogo/as estamos especializados en el tratamiento psicológico y ello se manifiesta en la periodicidad con la que vemos a los clientes/pacientes. Normalmente una vez a la semana, permite hacer un seguimiento del afrontamiento del cliente a su malestar y revisar las actividades planteadas. Esto exige una acción introspectiva importante para reconocer cómo es, qué es lo que le afecta y cómo contener las situaciones que le generan malestar.
Los psicólogo/as debemos utilizar terapias basadas en la evidencia, es decir, que han sido replicadas en un trabajo experimental para evaluar los pros y contras de la intervención, determinando el grado de mejoría en la personal y los elementos que confluyen para ello. Esto exige a los profesionales una formación continuada a lo largo de toda su trayectoria profesional y constituye una garantía en su trabajo.

Referencias bibliográficas:
Aznare Urbieta Begoña (2019). Psicoterapia Breve con niños y adolescentes. Editorial Sentir
Punset, Elsa (2008). Brújula para navegantes emocionales. Penguin Random House
Psicóloga sanitaria y psicoterapeuta especialista en psicoterapia breve y trauma con EMDR
Nº Col: A-2401